Introducción
El Cabezo Malnombre es una elevación montañosa de 251 m.s.n.m. localizada en la solana de la Sierra de Orihuela. En su cima y laderas se han documentado numerosos restos líticos y cerámicos que indican una ocupación reiterada en el tiempo, cuyo origen podemos situarlo en el III milenio a. C., con una continuidad durante el II milenio, ya en plena Edad del Bronce, periodo que culturalmente ha sido identificado a partir de materiales pertenecientes a la cultura argárica y que relacionan este yacimiento con el cercano Cabezo de la Mina. Asimismo, han sido identificados materiales tardorromanos e islámicos que sugieren una reocupación del sitio en época altomedieval. La importancia de este enclave y del vecino poblado de la Mina, cuyo descubrimiento y primera prospección a inicios de los noventa debemos a Blas Rubio, fue puesta en relieve desde un principio, aunque ello no motivó una temprana investigación y protección, siendo lugares con una deficiente conservación a causa de las acciones antrópicas.
La localización y la configuración geográfica del territorio que ocupa el actual término municipal de Santomera ha favorecido su poblamiento desde, al menos, el Pleistoceno superior, siendo un cruce de caminos estratégico, a la vega del río Segura, lugar de paso obligado en las rutas que unen las cuencas neógenas de Fortuna y del Bajo Segura. Las dos principales vías de comunicación de esta zona (el valle del Segura y la Rambla Salada) discurren a los pies del Cabezo Malnombre, que se eleva de forma imponente sobre la amplia vega, atalaya perfecta que aseguraba protección y el dominio de un extenso territorio. Se trata de un relieve agudo de fuertes pendientes coronado por una peña rocosa casi inaccesible, que se encuentra ligeramente separado del Frontal de El Siscar por un pequeño collado en su parte norte y limitado por dos pequeñas ramblas a este y oeste, que nacen en la misma Sierra de Orihuela y son tributarias del río Segura. Las sierras de Orihuela y Callosa de Segura forman parte de la zona interna de las Cordilleras Béticas.
Contexto geofísico
El Cabezo Malnombre se formó durante el Triásico, al igual que la Sierra de Orihuela. Se puede observar una predominancia de las cuarcitas y pizarras (filitas) en las laderas del cabezo, especialmente en la zona sur y noroccidental. Por otra parte, las zonas elevadas correspondientes al peñasco están compuestas por calizas dolomíticas del Ladiniense (Triásico medio), del mismo tipo que las que componen la mayor parte de la sierra. En las cuarcitas aparece localmente mineral de cobre y se han encontrado pequeñas masas de metabasita. La evolución morfológica del peñón se ha visto sometida a intensos procesos de erosión mecánica. Los planos de fractura ortogonales de las diaclasas favorecen la meteorización de la roca en fragmentos cuadrangulares y prismáticos, presentando un aspecto escalonado en grandes bloques, como es común en masas calizo-dolomíticas. El Cabezo Malnombre presenta acusadas pendientes en todos sus lados y se pueden apreciar suelos de hasta 50 cm de espesor, aunque normalmente el desarrollo de estos es escaso, siendo un terreno principalmente pedregoso compuesto por gravas, piedras y bloques desprendidos del farallón rocoso, en todas sus laderas. La superficie rocosa representa hasta una cuarta parte, en todas sus vertientes, produciéndose un alto grado de drenaje. La densidad de la vegetación es del 50-75 %, caracterizada por matorral bajo.
Uno de los poblados más antiguos de la Región
El yacimiento del Malnombre es un hábitat prehistórico en altura fechado durante el III milenio a. C., en el Calcolítico. No obstante, la aparición de algunos materiales propios de la Edad del Bronce y dataciones efectuadas en los cercanos enterramientos sugieren que el sitio debió ocuparse al menos hasta el final del II milenio a. C. Sin embargo, esta secuencia ocupacional es una estimación derivada del estudio de los materiales cerámicos y metálicos hallados en sus laderas y cima, ya que, hasta el momento, no se han realizado excavaciones que ayuden a dilucidar la estratigrafía del poblado. Se distribuye fundamentalmente en la ladera meridional y suroriental del cabezo, sectores donde la abundancia de materiales arqueológicos es significativamente mayor, aproximadamente unas cinco hectáreas, además de la aparición en superficie de estructuras pétreas y aterrazamientos que indican la antigua existencia de elementos arquitectónicos en esa parte del relieve. En la cara noroeste existe un área de dos hectáreas con una alta concentración de materiales arqueológicos, sobre todo, industria lítica, tanto implementos propiamente dichos como desechos del proceso de la talla; es por ello que el lugar ha sido interpretado como una zona de taller lítico, también por la falta de muros visibles, a diferencia de lo que ocurre con el sector sur.
Los muros presentan una disposición paralela al relieve estructural del cabezo, adecuándose a la morfología del terreno. Están compuestos por paramentos de piedras medianas sin cantería, trabadas por argamasa de barro. Se han podido identificar los restos de hasta siete elementos murarios a lo largo del sector sur, que, por sus características, han sido clasificados como estructuras de aterrazamiento, cinco de ellas, o estructuras de hábitat, las otras dos. La acusada pendiente obligó, sin lugar a dudas, a la construcción de diversas líneas de terrazas con el fin de asegurar el levantamiento y estabilidad de las viviendas y demás elementos constructivos. Del mismo modo, fue aprovechada la morfología del propio cabezo para construir parte de las viviendas, especialmente en la plataforma superior que existe en la base del peñón. En este caso, una simple nivelación con tierra habría bastado para asegurar las obras; es en esta zona donde precisamente han sido documentadas las únicas dos estructuras que podrían corresponder a viviendas.
Vestigios de la vida prehistórica
Asociados a las estructuras murarias, ha aparecido una notable densidad de materiales arqueológicos, tanto líticos como cerámicos, la mayoría de ellos pertenecientes a fases recientes de la Prehistoria. Pero también aparecen restos, en un número considerablemente inferior, medievales islámicos e incluso alguna cerámica tosca que, pese a su arcaico aspecto, probablemente pertenezca a época visigoda, además de algún hallazgo aislado de cronología romana, sin relación alguna con estructuras. Los materiales islámicos son fragmentos de jarras, marmitas y paredes de jarritas, documentados en las laderas este y oeste. No obstante, la mayor parte de las cerámicas andalusíes encontradas proceden de la cima. Su excelente condición de atalaya debió motivar el establecimiento de un punto de vigilancia y control por parte de los musulmanes, que podían dominar un amplio campo visual y especialmente el camino de Orihuela-Murcia, que no discurría muy lejos del allí.
Las cerámicas prehistóricas abundan por los dos sectores del poblado (S y NO), encontrándose muy fragmentadas en la mayoría de los casos. Podemos ver acabados de diferente calidad, pero, sobre todo, son cerámicas toscas. En ocasiones, podemos encontrar cerámicas bruñidas que son semejantes a las del Cabezo de la Mina y tienen las características del bruñido argárico. La pasta utilizada para la manufactura de los vasos cerámicos, así como los materiales machacados empleados como aglutinante son, probablemente, de origen autóctono, minerales que fácilmente se hallan en las cercanías del yacimiento, especialmente la pizarra y la calcita; de ello se puede deducir que la fabricación del utillaje cerámico era básicamente local. La morfología general que puede extraerse de los materiales hallados indica una cronología del Calcolítico antiguo, periodo en el que los vasos se hacen más bajos y abiertos, apareciendo las grandes fuentes que sugieren un comportamiento grupal en cuanto a la comensalidad. La mayor parte de los restos cerámicos del Malnombre pertenecen a recipientes de gran tamaño que podrían relacionarse con dichas fuentes y recipientes abiertos.
Es común encontrar fragmentos de molino barquiforme de piedra negruzca de origen volcánico, tal vez traída desde el volcán de Zeneta, en cuya cima existió un pequeño asentamiento argárico. Asimismo, se han recuperado fragmentos de hacha pulimentada de diorita, pero la mayor parte de los restos documentados son de sílex recogido en las inmediaciones de Rambla Salada. Prácticamente la totalidad de los elementos de sílex analizados fueron elaborados con materia prima local. Parecen coexistir diferentes sistemas de talla y gran variedad de pedernal, pudiendo tener parte de esa industria un origen argárico, dada la similitud de algunas lascas y procesos tecnológicos con la industria que aparece en el poblado de la Mina o el de Cobatillas la Vieja I. Se han recuperado materiales claramente calcolíticos, como fragmentos de hojas, puntas de flecha foliáceas o láminas; pero también aparecen dientes de hoz, cuya morfología puede ser variada y fueron empleados tanto en el Calcolítico como en la Edad del Bronce. Además, algunas de estas piezas han sido utilizadas repetidas veces en la siega, debido al lustre que presentan en sus filos.
Manifestaciones mágico-religiosas
Tanto en el mismo poblado como en la cima del peñasco rocoso que corona el cerro, se han hallado varios petroglifos de tipo cazoleta o cazoleta y canalillo. Tanto la forma de algunas cazoletas como los mismos canalillos sugieren un uso en el que debió verterse algún tipo de líquido en, quizás, un acto mágico-propiciador. Pero algunas de estas también pudieron ser objeto de un fin más mundano, relacionado con alguna labor de la que no tenemos constancia. En total, han sido documentadas unas 58 cazoletas en el peñón realizadas por piqueteado con un elemento romo, de las que 38 están en la cima, repartidas en diferentes puntos a lo largo de toda el área. A veces, aparecen aisladas y, en otras ocasiones, formando pequeños conjuntos, siendo formalmente muy parecidas entre sí.
En la cima encontramos una plataforma lisa en inclinada, en cuyo centro existe un gran calderón hemiesférico de 3 metros de diámetro y casi 2 de profundidad, con un origen semiartificial, aprovechado para recoger el agua de la pendiente de la cima. Junto al calderón y en diversos puntos de la plataforma, aparecen pequeños testigos de sedimento con materiales cerámicos y líticos. Destacan dos conjuntos de insculturas por encima de las demás: el primero de ellos, denominado conjunto 11, es una composición geométrica de dos líneas paralelas de cuatro cazoletas unidas entre sí, con una cazoleta en el extremo inferior (pendiente abajo) y dos cazoletas flanqueando el extremo superior, en un total de 11 insculturas. Apunta a los 240º suroeste y es una representación hasta ahora única de este yacimiento. Del mismo modo se halló un conjunto parecido en la zona más alta, junto al extremo oriental, denominado conjunto 15, dispuesto en línea con el conjunto 11, situado algo más abajo del calderón. En forma y composición, es muy similar al conjunto 11, por lo que su relación es más que evidente. Además, continuando la línea imaginaria que une los grupos 15 y 11, a través de la continuidad de su eje de simetría, atravesaríamos por el centro del calderón. La dirección de esa línea de simetría señala al solsticio de invierno, por lo que al menos en estos conjuntos se infiere un uso ritual relacionado con los ciclos anuales del sol y la fertilidad, ritos en los que el elemento líquido jugaría un papel primordial, si tenemos en consideración la forma concoide de los petroglifos y de la gran pileta.
También dentro de las manifestaciones relacionadas con los ritos y creencias de estos pueblos, tenemos una serie de cavidades de pequeño tamaño que fueron utilizadas como lugares de enterramiento, seguramente de los mismos habitantes del Malnombre, ya que estas cuevas sepulcrales se hallan muy cerca a su alrededor. Estudios preliminares sitúan estos enterramientos en momentos finales de la Prehistoria. El primer hallazgo se dio en la cueva de las Ventanas, de gran tamaño y que también fue utilizada como hábitat; posteriormente, fueron apareciendo más enterramientos en el Cabezo Bermejo y en la Sierra de Orihuela, destacando la cueva de las Muelas, con enterramientos colectivos y parte de los restos presentando evidencia de cremación, además de una fase de ocupación del Paleolítico superior final. La mayoría son pequeñas oquedades, algunas de ellas muy erosionadas o colapsadas, con gran parte del material arqueológico desplazado y desaparecido. También se han detectado algunos expolios. No se encuentra material cerámico o lítico junto a los restos antropológicos, excepto en la cueva de las Muelas, en la que aparecieron unas hojas de sílex en superficie. Algunas cavidades se utilizaron solamente para depositar ciertas partes anatómicas ya esqueletizadas, a modo de deposición secundaria.
Conclusiones
No conocemos el momento de origen del poblado, que tal vez pueda remontarse a una ocupación del Neolítico final, teniendo en cuenta la abundancia de talleres líticos de ese periodo documentados en la Rambla Salada. Por la cantidad de materiales y sus características, parece ser que la ocupación calcolítica fue la más duradera e intensa. Posteriormente se volvería a ocupar durante los primeros siglos del II milenio a. C., ya en la Edad del Bronce, tal vez de forma simultánea con el Cabezo de la Mina o en momentos diferentes, aprovechando las similares características de ambos cerros. La existencia de cobre en la zona pudo motivar el asentamiento, aunque no se ha constatado arqueológicamente que las vetas cupríferas del entorno fueran explotadas en época prehistórica. No es la abundancia de mineral lo que motivó la elección de estos enclaves, sino más bien su posición estratégica, la protección de los vientos del norte por las paredes de la Sierra de Orihuela, su cercanía a tierras fértiles, la abundancia de sílex en Rambla Salada o los recursos cinegéticos que ofrecería el entorno.
El Cabezo Malnombre es un hito en el territorio, uno de esos lugares que atraen las miradas, que, majestuoso e imponente, se alza sobre el valle incitando a los más intrépidos a escalar sus vertiginosas paredes. Esa referencia paisajística no pasó por alto para el hombre prehistórico, que eligió ese lugar para levantar uno de los poblados más antiguos de la Región, lugar que constantemente ha sido frecuentado por diversos pueblos que se beneficiaron de su protección y ubicación estratégica.