José María Sánchez Laorden fue alcalde pedáneo de Santomera desde el 12 de enero de 1967 hasta el 29 de septiembre de 1978. Desde ese puesto, impulsó la creación de la Comisión Pro-Ayuntamiento y para muchos fue el alma del expediente de segregación. Lograda la independencia municipal, fue designado presidente de la Comisión Gestora responsable de dirigir el nuevo municipio hasta la celebración de las elecciones municipales de 1979. Fue nombrado Hijo Predilecto de Santomera en 1996, convirtiéndose en la única persona que recibió este reconocimiento en vida.
CONCILIADOR, ÍNTEGRO Y CABAL
En 1966 hubo de elegirse secretario en la Comunidad de Regantes. En el Sindicato de Riegos decidieron ofrecerme el cargo, y alguien próximo a su presidente, refiriéndose a mis antecedentes familiares y personales, le advirtió acerca de a quién iban a meter en la entonces entidad más importante de Santomera. José María le respondió que a él solo le importaba mi capacidad y mi honradez. Creo que esto define al personaje e ilustra sobre su talante conciliador.
No fue solo en relación comigo con quien quedó bien manifiesto qué valor daba José María al hecho de que las personas que habían de colaborar con él mantuviesen un pensamiento (ideológicamente hablando) muy distinto, incluso opuesto, al suyo. El de Manuel García Peña (Manolo ‘el del Jardín’, otro querido amigo) fue otro caso significativo. Y no lo fueron menos los de muchos de los que compartieron con él responsabilidades en la Comunidad de Regantes y algunos de los que formaron la Comisión Pro-Ayuntamiento. Aunar en ella voluntades de muy distintas ideologías fue un innegable acierto de José María, del que probablemente dependió el resultado final.
José María fue un hombre cabal, de una integridad poco común. Y estas condiciones eran reconocidas y valoradas en cuantos organismos tuve ocasión de visitar con él. Fue este reconocimiento y valoración lo que determinó que se superaran algunas situaciones muy graves para los regadíos de la zona, porque la administración del momento confiaba en él. La autoridad y el prestigio que aquellas condiciones le otorgaban tuvieron también sus frutos en la emancipación municipal, pues eran igualmente reconocidas por personajes influyentes en determinados núcleos a integrar en el futuro ayuntamiento, sin cuya colaboración resultaba poco probable alcanzar el objetivo previsto.
No era José María un hombre ambicioso, pero no pudo sustraerse a dos grandes ambiciones: una comunidad de regantes fuerte y bien dotada (de agua) y un ayuntamiento independiente para su pueblo. Al logro de ambas lo supeditó casi todo y por ellas sacrificó futuro, fortuna y quizás algo más importante. Me consta que pudo ocupar algún cargo muy relevante, al que rehusó porque desempeñarlo podía ser un obstáculo para lograr lo que anhelaba para su pueblo. Dichoso él que vio en vida alcanzadas ambas ambiciones.
José María fue un hombre de religiosidad y fe profundas. Se esforzó por ser coherente con las demandas de su fe y en muchos aspectos lo consiguió. La paciencia y la templanza fueron dos virtudes que le vi practicar muy a menudo, ante auténticos energúmenos (nunca, nunca, levantó frente a ellos la voz ni le sorprendí un mal gesto), y, sobre todo, enfrentándose a su propia enfermedad y a la de su mujer.
No cabe duda de que José María también tuvo sombras, pero sin duda menos de las que le atribuyeron quienes no lo trataron o quienes se acercaron a él llenos de prejuicios. En mis muchos años de colaborar con él, penetrar su personalidad fue para mí una auténtica y gozosa revelación.
Quiso la Providencia (como diría José María) que me encontrase junto a su lecho en el instante de su muerte. Murió apaciblemente y sus últimas palabras inteligibles fueron «rezad por mí». No lo olvido, amigo (a pesar de todo).
Artículo de opinión de Juan López Pérez, exsecretario de la Comunidad de Regantes del Azarbe del Merancho, publicado originalmente en ‘La Calle’ número 125 (septiembre 2013)