Mística y religiosa nacida en El Siscar en 1893 bajo el nombre María Josefa Alhama Valera. Consagró y dedicó su vida al Señor y a la misión de darlo a conocer como un Padre y una tierna Madre, para lo que fundó las congregaciones de Esclavas e Hijos del Amor Misericordioso.
En 1936 se trasladó a Roma, desde donde ayudó y asistió a los heridos de la II Guerra Mundial. Pasó el resto de su vida en Italia, entregada al servicio de Dios, de los sacerdotes y de los más necesitados hasta que llegó el momento de su muerte: el 8 de febrero de 1983, en el Santuario de Collevalenza (Todi), impresionante complejo construido de la nada gracias al tesón de esta santomerana.
En 2002 fue declarada venerable y el 31 de mayo del 2014 fue beatificada. En la actualidad, el proceso de canonización sigue su camino, a la espera de que se pueda reafirmar un segundo milagro que la eleve hasta la santidad.
BIOGRAFÍA
El despertar de una vida
El perfume embriagador de la flor de azahar, en la huerta murciana, tal vez llenó el aire a destiempo aquel 30 de septiembre de 1893 en que vio la luz la pequeña María Josefa Alhama Valera. La primera de nueve hermanos, de familia muy pobre, nació en una barraca de El Siscar, localidad de Santomera (Murcia, España). Fue bautizada en la iglesia parroquial dedicada a la Virgen del Rosario. Su padre, José Antonio, era un jornalero del campo con muy poco trabajo en una tierra unas veces agotada por el sol del Levante español y con escaso regadío en la época, otras arrasada por catastróficas inundaciones que casi siempre cobraban alguna víctima humana.
Josefa creció vivaracha e inteligente, juguetona y traviesa como todos los niños. Fue una niña despierta, activa y dotada de una innata y extraordinaria piedad. Sus travesuras, las típicas, aunque alguna impregnada, ya desde entonces, del suave aroma de la santidad. Entre los siete y los ocho años de edad fue llevada a casa del párroco de Santomera, donde fue educada por las dos hermanas del sacerdote, Inés y María. Una mañana, cuando tenía nueva años, movida por el gran deseo de hacer la primera comunión –que en aquella época se demoraba hasta los doce–, aprovechó que era un sacerdote de fuera quien celebraba la misa para “robar” a Jesús y empezar con él una relación de intimidad que se mantendría durante toda una vida.
La búsqueda vocacional
En plena juventud fue madurando en ella el deseo de dedicar toda su vida a su amigo Jesús y a la gente pobre y necesitada que ella bien conocía. Ansiosa de descubrir la voluntad de Dios, se acercó a los lugares del sufrimiento humano, pero el discernimiento no es fácil. Le hubiera gustado atender a los enfermos, pero en un hospital, sorprendida del poco interés de la religiosa que la acompañaba ante un moribundo («Tranquila, que pronto se te endurecerá el corazón a ti también», le había dicho), la buena María Josefa replicó: «Antes de que se me endurezca el corazón, prefiero marcharme». Y se fue.
A la edad de veintidós años decidió dar el paso y consagrase a Dios en la vida religiosa. Salió de Santomera el día 15 de octubre de 1915, fiesta de Santa Teresa de Ávila. «Salí de la casa paterna con la gran ilusión de ser santa, de parecerme un poco a Santa Teresa, a quien no le asustaba nada… Yo quería ser como ella, y así salí de casa ese día, dejando a mi madre en el lecho del dolor sin esperanza de verla más» (Exhor.15.10.65). Ingresó en Villena (Alicante) en el último y pobre convento de las Hijas del Calvario, ya en vías de extinción. Fue aquí, al hacer su profesión religiosa, donde recibió el nombre de Esperanza. Poco tiempo después, las Hijas del Calvario se fusionaron con el Instituto de las Misioneras Claretianas, dedicado a la enseñanza, donde hizo su profesión perpetua.
Aprendiendo a amar
Sus primeros años de vida religiosa estuvieron marcados por una serie de pruebas y sufrimientos físicos y morales por medio de los cuales el «Buen Jesús», como ella le llamaba, fue preparándola para la misión que le esperaba. Aprendió la ciencia del amor haciéndose disponible como una escoba, fijando la mirada en la cruz de Jesús y saliendo al encuentro de los pobres. Ante el asombro de unos y el recelo de otros, las personas que convivían con ella fueron comprobando que Dios le concedía numerosas gracias extraordinarias. Sufrimientos físicos atroces se mezclaban con consolantes experiencias místicas. Ahora, a distancia de tiempo, vemos con claridad que Dios había puesto su mirada en esta su humilde esclava y se la reservaba para llevar a cabo un plan especial en beneficio de la humanidad. Iba a ser la depositaria de un carisma extraordinario: sería la encargada de difundir por el mundo la devoción del Amor Misericordioso. Sus directores espirituales, desde la privilegiada perspectiva de su alma abierta como un libro, pudieron vislumbrar la misión de Madre Esperanza y la prepararon a conciencia. También, como en la vida de la mayoría de los santos, se alternaban en la Madre Esperanza gravísimas enfermedades e inexplicables curaciones.
En la Navidad de 1927 aconteció un episodio decisivo para entender lo que Dios quiere de ella. La religiosa formaba entonces parte de la comunidad ubicada en la calle Toledo de Madrid. La casa no pertenecía a la Congregación de las Claretianas, sino a una asociación de señoras católicas. Madre Esperanza prepara, con la ayuda de la providencia, una comida para unos 400 pobres que, hambrientos, llenan la casa. En aquel momento llega una señora de la asociación: «…Me dice: ‘¿Quién le ha autorizado a usted para que meta aquí a esta gente a ensuciarlo todo?’… No, señora, no han venido a ensuciarle nada, sino a comer, pues es Navidad… Se guardará usted de volver a traer aquí a los pobres; eso lo podrá hacer cuando la casa sea suya. Yo muy apenada acudí al Señor y Él me dijo: ‘Esperanza, donde no pueden entrar los pobres, no entres tú; ¡Fuera de esa casa!’… Señor ¿a dónde voy?” (Exhort. 15.08.66)
Dios la llamaba, como a Santa Teresa, no a una vida tranquila y regalada o a una congregación cómoda y rutinaria, sino a una contemplación sublime y a una caridad solícita.
Las Esclavas y los pobres
La noche de Navidad de 1930, en un minúsculo piso de la calle de Velázquez, en Madrid, con el apoyo económico de la condesa de Fuensalida y la asistencia espiritual del sacerdote Esteban Ecay, Madre Esperanza de Jesús pudo emitir sus votos junto a unas pocas hermanas que la siguieron en la naciente Congregación de Esclavas del Amor Misericordioso. Pobres como Jesús en Belén, comen sopa de berzas, duermen en el suelo, apoyando la cabeza en el único colchón que tienen… y desbordan alegría y entusiasmo.
Los niños serían los primeros beneficiarios, y también los pobres, los ancianos y los sacerdotes. Y, sin embargo, la incomprensión, la oposición y la persecución siguieron acechándola. Continuó el rosario de pruebas que marcan la especial presencia de Dios en las almas realmente grandes. El obispo de Madrid le negó su bendición y aprobación y mandó que nadie colaborara con ella. Sin permiso para tener el Santísimo en la capilla, durante treinta años, niñas y religiosas desfilaban cada mañana hasta la parroquia más próxima.
Con gran espíritu creativo y una incansable actividad, ayudada por la providencia y por las mediaciones humanas, entre las que cabe destacar a su gran benefactora y amiga del alma, María Pilar de Arratia, abrió en poco tiempo en España doce casas para niños pobres y necesitados, para ancianos y para enfermos que eran atendidos incluso a domicilio. Se trata de las comunidades de Madrid, Alfaro, Bilbao, Larrondo, Colloto, Hecho, Ochandiano, Menagarai, Santurce, Sestao, San Sebastián y Villava. Madre Esperanza dijo que en la puerta de todas estas casas se debería poder leer: «Llamad los pobres, que se os socorrerá; llamad los afligidos, que se os consolará; llamad los enfermos, que se os asistirá; llamad los huérfanos y en las Esclavas del Amor Misericordioso hallaréis madres» (Circular 06/07/1941).
Las terribles guerras
La actividad continuaba, aún más intensa, cuando en 1936 se desencadenó la guerra civil en España, con todos los dramas que trajo consigo. En esa época hizo su primer viaje a Roma, acompañada de la fidelísima Pilar de Arratia, para dar comienzo, también allí, a un trabajo generoso entre los pobres de la periferia romana, en la via Casilina. Desde allí tuvo que defenderse ante el Santo Oficio de acusaciones y difamaciones sobre su persona y sobre la congregación recién nacida. Pilar es un ángel defensor, su confidente y su mejor apoyo en este momento, entre los más duros de su vida.
Estando en Roma, estalló la Segunda Guerra Mundial; entre las bombas y las amenazas de los alemanes, con las hermanas acogió niños y escondió prófugos sin miramientos ideológicos, curó a los heridos, dio de comer a millares de obreros y necesitados en mesas improvisadas, consoló a todos. La actividad caritativa en Roma adquirió cotas difícilmente creíbles. Otra vez, comidas milagrosas en cantidades industriales para los pobres, millares de personas que acuden a escudarse con el cuerpo de la Madre cuando la alarma amenaza bombardeos, y esta mujer santomerana que saca aguja e hilo y un cubo de agua limpia y lava vísceras, cose heridas, recompone cuerpos mutilados, promete con energía supervivencia y recuperación.
Pilar murió en agosto de 1944, dejando un vacío enorme en la vida de Madre Esperanza. Superado ese duro momento, la religiosa siscareña reanudó las actividades, los viajes, las nuevas iniciativas. La posguerra resultó dura tanto en Italia como en España: muchas eran las heridas por curar, y ella trabaja, anima y organiza con un ritmo incansable. Para el Año Santo de 1950 está ultimada la casa generalicia de Roma para acoger a los peregrinos del mismo año y de los sucesivos. Una tras otra, fueron naciendo nuevas fundaciones en Italia: Todi, Gubbio, Pavia, Genova, Vazzola, Borsea, Francenigo, Perugia, Rieti, Colfosco, Fratta Todina.
Los Hijos y el Santuario
El 24 de febrero de 1951 anotó: «El Buen Jesús me ha dicho […] que ha llegado el momento de realizar la fundación de la Congregación de los Hijos de su Amor Misericordioso, y que el primero de estos será Alfredo di Penta». Tras el consabido susto del principio, Alfredo aceptó con ilusión los planes del Señor. A edad avanzada tuvo que ir a estudiar al seminario de Viterbo y, a pesar de que no fue fácil, unos años más tarde el Santuario de Collevalenza albergó su primera misa cantada.
El 15 de agosto de 1951, en la capilla de las hermanas en Roma, hicieron sus primeros votos los primeros tres hijos del Amor Misericordioso. Y tres días después, el 18 de agosto, se estableció con ellos y con algunas hermanas en Collevalenza, un pueblecito de la Umbría italiana. El bagaje, el de siempre: mucha fe, una enorme ilusión y la firme disposición de seguir las indicaciones del Señor hasta el fin del mundo si fuera preciso. Cuántas veces le preguntaría al Señor: «¿Por qué me has traído hasta aquí?». Hoy, todo está claro.
Collevalenza era un pueblo que no llegaba a los mil habitantes, la mayoría diseminados en caseríos, famoso en la comarca por un bosquecillo de robles donde los cazadores se hartaban de coger pájaros con sus redes. Ahí le dio Jesús la primera explicación: «Esperanza, transformaremos este roccolo –en italiano, puesto de caza para atrapar vivas aves migratorias– en lugar de captación de almas. Llegarán a venir a bandadas, más numerosas que estos pajarillos. Aquí tienen que aprender a conocerme mejor».
Una sola familia
La nueva Congregación de los Hijos tiene como fin principal la unión con los sacerdotes del clero diocesano para, con un corazón misericordioso, salir al encuentro de todas las pobrezas de los hombres. Se fueron extendiendo por todo el mundo junto a las Esclavas de Amor Misericordioso. En el corazón de la Madre Esperanza, las dos congregaciones constituyen una sola familia estructurada en seis ramas que quieren abrazar todos los campos en los que se puede manifestar la misericordia del Señor. «Estas dos congregaciones son una misma cosa, con el mismo titular, el ejercicio de la caridad sin límites, e hijos de la misma Madre» (Costumbres FAM, II, Cap. 15).
«Vivid, hijos míos, siempre unidos como una fuerte piña, unidos siempre para santificaros, para dar gloria al Señor y para hacer el bien a cuantos con vosotros traten» (Exhort).
Con los brazos abiertos
Collevalenza es el lugar donde Madre Esperanza pasó los últimos treinta años de su vida, alternando en los primeros tiempos los trabajos del santuario con frecuentes viajes a las comunidades que van creciendo. En este momento cumbre de su vida dijo de sí misma que se sentía como una flauta que difunde la melodía de la misericordia, como un paño de lágrimas o como la portera del Buen Dios que abre los brazos a todos para acercarlos a su corazón de Padre. Nunca quiso ser protagonista. Siempre se consideró un mero instrumento del Señor, y jamás se atribuyó las maravillas que por su medio Dios operaba. Era Jesús el autor, el protagonista de Collevalenza; ella, un simple instrumento en manos de la providencia.
Siempre con los brazos abiertos para acoger a tantas personas que llegaban para encontrase con el Amor Misericordioso. La Madre, como buena portera, les atendía uno por uno. La afluencia de gente no hacía más que crecer hasta que se tuvo que poner un orden a la avalancha de fieles, establecer reservas, encargar a una religiosa el orden y el despacho de la correspondencia.
La Madre Esperanza te recibía con la nobleza de una hidalga española –escribió un italiano–, siempre de pie, apoyada un poco con una mano al borde de la mesa, ya que la salud no colaboraba; te escuchaba atentamente, te miraba con aquella mirada suya penetrante, te levantaba el ánimo, te encomendaba rezar al Amor Misericordioso, prometiendo hacer ella lo mismo. Y lo hacía. A veces, gran parte de la noche la dedicaba a orar ante el crucifijo por cada uno de los que habían pasado ese día a hablar con ella.
Un peregrino herido
El 22 de noviembre de 1981, el papa Juan Pablo II hizo su primera salida del Vaticano tras el sangriento atentado que sufrió meses antes, el 13 de mayo, en la plaza de San Pedro. Su destino, como peregrino aún convaleciente, fue el Santuario de Collevalenza, donde acudió a dar gracias al Amor Misericordioso. El papa dijo: «Hemos venido en visita a este santuario porque a la misericordia de Dios somos deudores de nuestra salud». Conocía a la Madre desde que había sido obispo de Cracovia y había ido dos veces a verla y hablar con ella. La encontró de nuevo, pero esta vez en una silla de ruedas. Se acercó a ella, se inclinó y le depositó un beso en la frente.
Ni que se hubiera concebido para traérsela en homenaje. Ese mismo año, el papa había promulgado la encíclica Dives in Misericordia, que recogía, analizaba, estudiaba y proclamaba al mundo que Dios es rico en misericordia, un Padre bueno, el Amor Misericordioso, lo que la Madre había vivido y anunciado durante toda su vida. El papa dijo en Collevalenza: «Este año publiqué la encíclica Dives in Misericordia. Esta circunstancia me ha hecho venir hoy al Santuario del Amor Misericordioso. Con esta presencia quiero reafirmar, en cierto modo, el mensaje de esta encíclica… Desde el comienzo de mi ministerio en la sede de San Pedro en Roma, he considerado este mensaje como mi tarea particular».
Muerte y canonización
La Madre Esperanza murió en el Santuario de Collevalenza el 8 de febrero de 1983, en cuya cripta, como ella deseó, descansa su cuerpo.
El 24 de abril de 1988 comenzó el proceso para su canonización en la Diócesis de Orvieto-Todi, finalizado el 11 de febrero de 1990. Las escrituras del proceso diocesano se validaron el 12 de junio de 1992 y justo un año después fue entregado a la Congregación para las Causas de los Santos el Positio super virtutibus sobre la vida y virtudes de la Madre Esperanza. El 11 de enero de 2002, los consultores teológicos de la Congregación para las Causas de los Santos se expresaron unánimemente sobre las virtudes heroicas de Madre Esperanza y el 23 de abril del mismo año, el papa Juan Pablo II promulgó el decreto que la declaraba venerable.
Un milagro reconocido
Alcanzado en 2002 el grado de venerable, el proceso de canonización siguió su camino hacia la siguiente etapa: la beatificación. Para ello resultaba necesario el reconocimiento de un milagro atribuible a Madre Esperanza. Ese milagro fue la curación de Francesco Maria Fossa, un niño alérgico a todo tipo de alimentos, problema que le estaba arrastrando hacia la muerte. Aunque los médicos la consideraban una dolencia irreversible, rezaron por él la Novena del Amor Misericordioso, bebió el agua del Santuario de Collevalenza y de forma inmediata comenzó a mejorar.
En ausencia de documentación exhaustiva, una primera reunión de los consultores médicos de la Congregación para las Causas de los Santos consideró insuficientes los procedimientos del supuesto milagro. Sin embargo, una vez completado ese informe, el consejo médico expresó mayoritariamente la inexplicabilidad científica del hecho y, así, el 17 de noviembre de 2012, los consultores teológicos expresaron por unanimidad la conexión entre la curación del niño y la intercesión de Madre Esperanza. Finalmente, el 5 de junio de 2013, el papa Francisco I autorizó la promulgación del decreto que confirmó la curación de Francesco Maria Fossa como milagrosa, gracias a la intercesión de Madre Esperanza.
Beatificación y adoración
La ceremonia de beatificación tuvo lugar en Collevalenza el 31 de mayo de 2014. Como enviado del papa, el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, presidió una ceremonia a la que asistieron alrededor de 15.000 personas llegadas desde muy distintas partes del mundo (India, Colombia, México, Filipinas, Brasil, Japón, China, Alemania, Chile… y, sobre todo, Italia y España). Tras el ángelus del día siguiente en la paza de San Pedro, el papa Francisco I tuvo unas palabras de elogio hacia la figura de Madre Esperanza: «Ayer, en Collevalenza, fue proclamada beata Madre Esperanza de Jesús, nacida en España, de nombre María Josefa Alhama Valera, y fundadora de dos congregaciones », introdujo. Ante las miles de personas presentes en el lugar, el Santo Pontífice añadió su deseo de que el testimonio de Madre Esperanza «ayude a la Iglesia a proclamar en todo lugar, con gestos concretos y cotidianos, la infinita misericordia del Padre celestial hacia cada persona».
El memorial litúrgico de la Bendita Esperanza de Jesús se fijó para el 8 de febrero, el día de su nacimiento en el cielo. Sus restos mortales son venerados en la cripta del Santuario del Amor Misericordioso.
(Extracto de la biografía oficial publicada por la Familia del Amor Misericordioso)
LOS DATOS CLAVE
► Nació en El Siscar el 30 de septiembre de 1893, siendo la mayor de los nueve hijos de un humildísimo matrimonio de jornaleros. Falleció en la localidad italiana de Collevalenza el 8 de febrero de 1983.
► Muy pronto se despertó en ella el deseo de dedicar su vida a Dios y en 1915, a la edad de 22 años, ingresó como religiosa en las Hijas del Calvario, recibiendo el nombre de Esperanza. Poco después, esa congregación se fusionó con el Instituto de las Misioneras Claretianas, donde hizo su profesión perpetua.
► La noche de Navidad de 1930 fundó en Madrid la Congregación de Esclavas del Amor Misericordioso, que muy pronto abrió en España doce casas para socorrer a niños, pobres, ancianos y sacerdotes.
► En 1936 realiza su primer viaje a Roma para expandir hasta allí su labor. Se terminaría estableciendo en Italia, donde acogió a niños, escondió a prófugos, curó a heridos y dio de comer a millares de necesitaros durante la II Guerra Mundial.
► En el país transalpino fundó una segunda congregación religiosa, los Hijos del Amor Misericordioso, el 15 de agosto de 1951. Tres días después, se estableció en Collevalenza, donde en el año 1953 inició la construcción del hoy imponente Santuario del Amor Misericordioso.
► Entre los millares de personas que han visitado (y aún visitan) el santuario de Collevalenza, hubo un peregrino muy especial: el papa Juan Pablo II, que en su primera salida tras el atentado que sufrió en 1981 quiso acercarse a dar gracias y proclamar ante el mundo el Amor Misericordioso.
► El Ayuntamiento de Santomera la declaró Hija Predilecta el 14 de diciembre de 1982; Madre Esperanza fue la primera persona en recibir esta distinción.
► En 1988 se inició su proceso de canonización. En 2002 fue declarada venerable y doce años después, el 31 de mayo de 2014, fue beatificada ante la presencia de 15.000 personas llegadas desde muy distintas partes del mundo. Reconocido su primer milagro (la curación de un niño alérgico que estaba muriendo a causa de múltiples alergias alimentarias), se sigue trabajando para confirmar un segundo, lo que elevaría a Madre Esperanza a la condición de santa de la Iglesia.
► El memorial litúrgico de la Bendita Esperanza de Jesús se fijó para el 8 de febrero, día de su nacimiento en el cielo. Sus restos mortales son venerados cada año por miles de personas en la cripta del Santuario del Amor