La Mina del Siscar

Cabezo de la Mina

Introducción

En ocasiones, aquello más cercano corre el riesgo de caer en el olvido y dejar de formar parte de la memoria colectiva de un lugar. Lo que no se conoce, es difícil de valorar, corriendo el riesgo de no ser reconocido como propio. Es hora de rescatar de la memoria aquello que es digno de ser recordado y que nos otorga nuestra razón de ser. Santomera tiene un extenso pasado, resultado de las personas que han habitado este espacio, pero desde cuándo. En esta nebulosa se encuentra uno de los elementos que nos han caracterizado y distinguido, dándonos unos rasgos propios que nos identifican como pobladores de este territorio. La Mina ha sido piedra angular en nuestro origen y desarrollo a lo largo de los siglos, otorgándole a Santomera un elemento diferenciador y propio, respecto a su entorno más cercano. Nos disponemos a rescatar una parte importante de ese pasado, que nos acerca a nuestras raíces y nos hace entender, un poco mejor, quiénes somos.

Para empezar, debemos decir que la importancia real de la Mina del Siscar es poco conocida. Tan poco conocida, que mucha gente no tendrá claro que nos encontramos ante una mina cobriza o de cobre que es una de las más importantes de la Región de Murcia y que ha sido explotada desde la prehistoria hasta el siglo XX. Este dato es suficiente para situar este elemento patrimonial como uno de los más representativos, si no el que más, del entorno del municipio de Santomera. Es por ello que tenemos fuentes escritas directas de esta mina desde el siglo XVI al siglo XX, referencias escritas indirectas desde época romana y, además, evidencias materiales desde la Edad del Bronce.

Juan Bautista Vilar y Pedro Mª Egea Bruno, en su libro ‘La minería murciana contemporánea 1840-1930’, explican que «el único venero de alguna importancia (de cobre) y objeto de regular aprovechamiento era el situado en la estribación occidental de la Sierra de Orihuela, diputación de Santomera» (pág. 164). En el siglo XVIII, el cronista valenciano Agustín Arques y Jover dice que Plinio llegó a los márgenes del Segura a cobrar, como tesorero, las rentas imperiales (Cánovas, 2005). El primer documento escrito que cita las minas en Santomera se remonta a marzo de 1544 (Nieto Fernández, 1997). En 1563, en el Registro de Minas de la Corona de Castilla se cita: «Testimonios de minas en la Sierra de Santomera» (Merino, 1915, pág. 369). Este mismo autor indica que en Santomera se sitúan 16 minas de las casi 50 que existen en la Región de Murcia a finales del siglo XVI (págs. 369-371). Y añade que unos años más tarde, en las Ordenanzas de Felipe II de 1584 sobre la nueva legislación de minas, aparecen de nuevo estas referencias a las minas. Pero la primera fuente fidedigna que cita minas en Santomera proviene del archivero de Fernando VII, llamado González Simancas, y que, según Antón Valle (1841), habla de las minas de cobre de Santomera. Este dice que en 1562 se registran en Santomera 4 minas de cobre y 12 minas más unos meses después. En total, son 16 minas situadas en Santomera, la mayoría en torno al Cabezo de la Fuente, en la segunda mitad del siglo XVI. En 1858 disponemos de un manuscrito, excepcional, sobre las minas cobrizas de la Sierra de Orihuela, sita en la Diputación de Santomera, por parte de Serafín de Torres, que aporta un estudio bastante pormenorizado sobre sus visitas a las tres minas del Cabezo de la Fuente: ‘Generosa’, ‘Gloriosa’ y ‘Beneficiencia’. En pleno siglo XX, concretamente en 1947, García Ruiz (2001) cita en su catastro de minas una en Santomera llamada de Santo Tomás.

Con todo ello dejamos clara la importancia de esta mina de cobre a lo largo de la historia, además de su exclusividad en el contexto de la Región de Murcia. Para terminar esta introducción, debemos aclarar que no nos encontramos ante una mina, sino ante varias, que varían en número desde las 16 localizadas en este cabezo en el siglo XVI, hasta otras tantas a lo largo del XIX y una más en el siglo XX (1947). Eso sí, todas ellas se sitúan en el Cabezo de la Fuente, al norte de El Siscar y dentro del actual término municipal de Santomera.

El desarrollo de nuestro artículo comienza con la localización del contexto geofísico de la Mina del Siscar, continúa con un recorrido por su explotación a lo largo de los periodos prehistóricos e históricos y finaliza con unas consideraciones últimas a modo de conclusión.

Contexto geofísico

La Mina se sitúa en las estribaciones de la Sierra de Orihuela, en el término municipal de la actual Santomera y al norte del núcleo de población de El Siscar, junto al límite con Orihuela. Pero el verdadero nombre con el que se conoció este cerro fue el de Cabezo de las Fuentes o de la Fuente, un topónimo que denota la presencia de agua en tiempos pretéritos.

La Sierra de Orihuela y su origen está ligado a los movimientos de tres placas tectónicas: África, Eurasia y el Continente Mesomediterráneo. En el Triásico se sitúa el origen (240 millones de años), con una geografía muy diferente a la actual. Un mar poco profundo se extendía al sur de Iberia (mar de Tethys) y al este, una isla denominada Continente Mesomediterráneo. Durante el Triásico, en las zonas costeras y bajo el mar de la plataforma continental de esta isla, se depositaron sedimentos. Estos sedimentos son los que, con posterioridad, han dado lugar a las rocas que conforman la Sierra de Orihuela. Hace aproximadamente 70 millones de años, se produjo un cambio muy significativo en el movimiento de las placas tectónicas. África comenzó a desplazarse hacia el norte y, por tanto, a acercarse a Iberia (Eurasia). Esto produjo que el Continente Mesomediterráneo también comenzara a moverse, desplazándose poco a poco hacia el oeste. Como consecuencia de todo este proceso, el mar que separaba ambos continentes comenzó a cerrarse lentamente. Este desplazamiento continuó hasta que se encontró con la Península Ibérica, contra la que colisionó. En ese momento, la pequeña placa tectónica del Continente Mesomediterráneo quedó unida a la placa Euroasiática. Este fragmento es lo que actualmente se conoce como Zona Interna de la Cordillera Bética y sus rocas constituyen, entre otras, la Sierra de Orihuela. Este “choque” de placas sigue deformando las rocas de la Sierra de Orihuela y de su entorno; prueba de ello es la actividad sísmica (figura 2).

Concretando nuestro objeto de estudio, las características técnicas del Cabezo de la Fuente vienen dadas por el estudio geológico que realiza el francés Brun, en 1910. La formación del yacimiento cuprífero, según este autor, se debe a una sedimentación creada al mismo tiempo que el sedimento arenoso con el que se ha mezclado. El cobre, procedente de erupciones volcánicas se desplazó por las aguas lagunares en forma de sulfato y, con el tiempo, fue depositándose en montículos junto con las arenas finas de la laguna, para acabar formando las areniscas. En general, el cobre se concentra en la base de las areniscas y en el contacto con los sedimentos más finos e impermeables. El único punto en que afloraría en superficie es en el propio Cabezo de la Fuente (Brun, 1910).

A continuación, indicaré las distintas fases de ocupación de este cerro, desde época prehistórica hasta la actualidad. Para ilustrar mejor este recorrido nos serviremos de una sencilla línea de tiempo (figura 3).

Fase calcolítica

La primera referencia cronológica a la Mina del Siscar la encontramos, de forma indirecta, a través de los primeros asentamientos calcolíticos en la zona (3000 a. C.). Me estoy refiriendo al asentamiento de Cabezo Malnombre, situado sobre la Sierra de Orihuela y dentro de las inmediaciones de El Siscar, a escasos 800 metros en línea recta de la entrada principal de la mina (Galería Real). En los años 1991 y 1992 se realizaron prospecciones que adelantaban signos claros de ocupación prehistórica (Rubio, 1991; González, 1992), pero será en la reciente prospección, llevada a cabo en 2019, donde se ha constatado una ocupación calcolítica importante. Fernández y Pallarés (2019) determinan que en la cima y laderas de Cabezo Malnombre «se han documentado numerosos restos líticos y cerámicos que indican una ocupación reiterada en el tiempo, cuyo origen podemos situarlo durante el III milenio a. C.».

Además de presentar este yacimiento un asentamiento calcolítico con estructuras y materiales en superficie, son llamativas las cerámicas toscas de recipientes o vasos esferoides. También los fragmentos de sílex y algunos fragmentos de molinos barquiformes de piedra de origen volcánico, nos indican la vinculación a la fase calcolítica y argárica. Más llamativas resultan las más de 50 cazoletas registradas, que componen un conjunto de insculturas y petroglifos circulares unidos en ocasiones con canalillos, que suelen asociarse a esta etapa calcolítica. Especialmente relevante son un conjunto de cazoletas alineadas, situadas en la cima del cabezo Malnombre, que algunos autores vinculan a un uso ritual relacionado con los ciclos anuales del sol o la fertilidad (Fernández y Pallarés, 2019).

Pero las evidencias de ocupación no se quedan ahí, ya que las últimas prospecciones llevadas a cabo por la Asociación Patrimonio Santomera (2019) atestiguan la aparición de cavidades en las inmediaciones del cabezo Malnombre como lugar de enterramiento. Estos enterramientos, llevados a cabo en cuevas, presentan hojas de sílex en superficie y restos antropológicos, que son partes anatómicas de cadáveres esqueletizados. Según las distintas hipótesis, la finalidad podría corresponder a ofrendas o formas de culto asociadas a los pobladores calcolíticos del cabezo Malnombre.

De todo ello se extrae la relación con la Mina, situada, como decíamos, a menos de 800 metros. Los enterramientos calcolíticos están a medio camino entre el cabezo Malnombre y el cerro de la Mina, además de constatarse restos cerámicos toscos del tipo registrado en el cabezo Malnombre. La relación parece clara y evidente, pero está envuelta en incógnitas que no han podido desvelarse ante la imposibilidad de realizar una intervención arqueológica. La no aparición de ninguna evidencia de trabajo del mineral cobrizo parece alejarnos de esa relación (Escanilla, 2016) y, en una primera instancia, desvincularía la Mina del poblamiento calcolítico del cabezo Malnombre. Sin embargo, existe un rasgo característico de ambos asentamientos que los conecta de nuevo. Se trata de la posición estratégica que poseen, tanto el Cabezo Malnombre como el Cerro de la Mina. Dicha ubicación les proporciona una vista panorámica completa del valle que se abre ante ellos (valle del Segura) y les otorga, como es obvio, la posibilidad de dominarlo visualmente, siendo éste otro elemento que debemos tener en cuenta a la hora de establecer una relación estrecha entre ambos. Si la abundancia de material no es suficiente, según algunos autores, para establecer una relación entre ambos yacimientos, lo que sí es innegable es que su localización es perfecta para ejercer un dominio sobre el paso de personas, adquiriendo el conjunto de ambos un gran valor defensivo y de control.

Fase argárica

En torno al 2200 a. C. aparece en el sureste peninsular una de las culturas más interesantes y enigmáticas de la protohistoria. En Santomera tenemos la suerte de contar con varios yacimientos del periodo denominado ‘argárico’, entre los que se encuentran Cobatillas la Vieja, restos en el Cabezo Malnombre y el del Cerro de la Mina. Este último, está situado sobre el mismo Cabezo de la Fuente, es decir, sobre la mina del Siscar.

Conocido este periodo como la Edad del Bronce, su particularidad radica en ser considerado el primer estado de Europa occidental (Lull y Risch, 1995), con una estructura jerarquizada y de control sobre la población, ejercido desde un centro de poder en Totana (La Bastida). Un territorio perfectamente delimitado entre las actuales provincias de Almería, Murcia y sur de Alicante, con un origen datado en el 2200 a. C. y un final plagado de incógnitas en torno al año 1550 a. C. Según las últimas hipótesis, la sociedad argárica se habría ido expandiendo territorialmente hasta alcanzar, en torno a 1950 a. C., las provincias actuales de Jaén, Granada, Almería, Murcia, así como las comarcas meridionales del bajo Segura, en donde asentamientos como el enclave oriolano de San Antón, habrían ocupado el papel de subcentros políticos argáricos (López Padilla, 2017). El yacimiento del Cerro de la Mina sería uno más de estos centros, con la excepcionalidad de estar sobre la mina de cobre más importante de la zona.

En este contexto se sitúa nuestro yacimiento del Cerro de la Mina, prospectado por María Manuela Ayala en 1979 y tristemente saqueado unos años más tarde. Precisamente será este acto vandálico lo que pondrá de relieve una serie de más de veinte enterramientos en cista de cuarcitas de lajas, estructuras arquitectónicas con muros aterrazados y múltiples fragmentos de cerámica, además de molinos de mano barquiformes y algunos restos óseos. La zona oeste del yacimiento es la que presenta mayor número de enterramientos que, dentro de la cultura argárica, se situaban bajo el suelo de las viviendas (figura 4).

Buena parte de las características observadas por los hermanos Siret (1890), en sus excavaciones de otros poblamientos argáricos, se pueden apreciar en el Cerro de la Mina. Nos estamos refiriendo a las características de los asentamientos de cierta entidad ubicados sobre cerros y promontorios elevados, a los que se asocian unas prácticas funerarias normalizadas, con sepulturas preservadas en el subsuelo de los poblados y un abundante, variado y singular repertorio artefactual, especialmente característico en lo que se refiere a las producciones cerámicas y los objetos metálicos.

Atendiendo a los estudios de Vicente Lull (2010), que sitúa entre un 20% y un 40% los difuntos de un poblado que se enterraban en este tipo de tumba, podríamos estar hablando de un poblado de dimensiones considerables, lo que algunos autores (Arteaga, 2000) sitúan dentro del tipo B. Según los trabajos de autores especialistas en esta cultura (Arteaga, 2000; Ayala, 1991; Lull y cols., 2010), los yacimientos podrían clasificarse en cuatro grupos de asentamientos en función de su tamaño. Para la zona de la Sierra de Orihuela podríamos servirnos de la clasificación de Martínez Monleón (2014), que considera al yacimiento oriolano de San Antón —en la zona más al este de la Sierra de Orihuela— como un núcleo central, con una capacidad de al menos 1.000 habitantes y con una extensión entre 0,5-1 Ha. El Cerro de la Mina podría estar en los grupos 2 o 3, con extensión entre 0,1-1 Ha, en una zona de intercambio fronterizo y acceso a los principales recursos de la zona, pero localizados en puntos secundarios. Atendiendo a la cantidad de tumbas saqueadas en la ladera este del yacimiento —más de 20—, teniendo en cuenta que la explotación minera del siglo XIX utilizó como escombrera toda la ladera sur del yacimiento y considerando, además, que hasta la fecha no se ha llevado a cabo ninguna excavación arqueológica, podríamos aventurarnos a establecer un asentamiento de rango medio, que se correspondería con más de un centenar de habitantes.

No obstante, lo más interesante se pone de manifiesto a la hora de intentar relacionar este asentamiento argárico con la propia mina de cobre de su subsuelo. Parece evidente que el asentamiento respondiera a la extracción y utilización de cobre, que podría ser exportado en bruto o trabajado para su posterior transformación en bronce (Ayala Juan, 1991; Jiménez Lorente y cols., 2005; Cánovas Candel, 2011; Brandherm y cols., 2014). Las afirmaciones de Vicente Lull y su grupo de trabajo descartan esta posibilidad por varias razones. Según estos autores, la mina no se explotó en esta época, ya que el bronce argárico necesitaba estaño y este no se localizaba cerca de aquí. Además, según los estudios más recientes (Nicolau Escanilla, 2016), el cobre argárico era en su totalidad de Jaén, exportado desde allí hasta el núcleo de transformación situado en La Bastida. También desvinculan el poblado argárico de Cobatillas la Vieja de esta mina, explicando que el crisol cerámico encontrado en una de las casas argáricas por Ana María Muñoz Amilibia en 1976, se trataba de una metalurgia primitiva supeditada al ámbito doméstico. Además, se compara el yacimiento del Cerro de la Mina con otro situado en Herrerías, en Cuevas de Almanzora (Almería), que también se situó encima de una mina de cobre, pero nunca se han encontrado escorias o restos de minería o metalurgia vinculadas a la ocupación argárica (Escanilla, 2016). Por tanto, según estos autores, se trataría de un asentamiento argárico, en plena Edad del Bronce, situado sobre una mina de cobre sin explotar. De ser así, por esta misma razón, vuelve a cobrar importancia la ubicación estratégica de este cerro, que como se indicó en su fase calcolítica, sería la causa última de la localización del asentamiento. Muchas son las incógnitas que una excavación arqueológica podría resolver sobre este singular yacimiento argárico del Cerro de la Mina.

Fase fenicia

Con el final, cuanto menos misterioso, del mundo argárico en torno al 1150 a. C., debemos esperar unos 600 años para volver a encontrar la Mina del Siscar en una situación privilegiada. Para ello debemos cambiar la perspectiva que hasta ese momento presentaba el contexto de la cultura del Argar. Abandonamos una sociedad cerrada, hermética al exterior y fiel protectora de su territorio, y se sustituye por otra en la que el mundo exterior se convierte en una oportunidad y no se percibe como un peligro. En esta nueva situación, la ubicación del Cerro de la Mina del Siscar sigue siendo privilegiada por su cercanía a la vía de comunicación fluvial que supone el actual río Segura.

A ello debemos añadir el denominado ‘Sinus Ilicitanus’, que, más allá del 3000 a. C., era un golfo situado al sur de la actual ciudad de Elche y que se abría al mar por donde hoy día se encuentran las ciudades de Santa Pola y Guardamar del Segura. Así, el acceso por mar hasta la zona este de la Sierra de Orihuela era posible, con una entrada privilegiada desde el Mediterráneo. Como se puede apreciar en la figura 5, con la llegada de los primeros pueblos colonizadores del Mediterráneo encontramos a los Fenicios en las inmediaciones de Guardamar del Segura.

El hallazgo de la ciudad fenicia de La Fonteta en 1996 eliminaba la idea anterior que explicaba que este pueblo se situaba de manera exclusiva en Cádiz (Gadir), y ofrecía la posibilidad de actividad comercial vinculada a la extracción de uno de los minerales más apreciados, el cobre (González Prats, 1998).

Llegados a este punto debemos servirnos de la contextualización de la mina del Siscar y la correlación de evidencias. No disponemos de restos fenicios en la mina, debido a la ausencia de un trabajo arqueológico previo, pero eso no implica necesariamente que no los hubiera. El yacimiento cercano de Los Saladares (Arteaga y Serna, 1975), en Hurchillo (Orihuela), sí que muestra restos fenicios, con lo cual atestigua su presencia. En las inmediaciones de Crevillente, en el yacimiento de Peña Negra se han encontrado moldes para hacer lingotes de cobre, que los fenicios trasladaban hasta La Fonteta. Si este pueblo comerciante llegó hasta Los Saladares, a escasos kilómetros de la Sierra de Orihuela, y después aparecen lingotes de cobre en Crevillente, parece plausible que el cobre, de buena calidad y fácil extracción de la Mina del Siscar, fuera uno de los objetivos de estas incursiones en el Sinus Ilicitanus por parte de los fenicios (figura 6). En este punto, es necesario reivindicar la necesidad de un trabajo arqueológico que genere, en su caso, las evidencias materiales imprescindibles para validar esta hipótesis.

Fase ibérica

Sobre el final de la etapa fenicia, comienza un periodo de involución que afectaría a la población de la zona, cristalizando en la formación de la cultura ibérica. Aunque no disponemos de restos ibéricos sobre la propia mina, sí que existen evidencias de presencia íbera en las inmediaciones. Las últimas prospecciones llevadas a cabo por la Asociación Patrimonio Santomera han dado como resultado la aparición de restos, cuanto menos curiosos (“esculturilla” cerámica), que podrían vincularse a la cultura íbera (restos cerámicos ibéricos en el Cabezo Malnombre).

Además, el poblado ibérico del Balumba situado a escasos dos kilómetros de la Mina del Siscar, atestigua la utilización de cobre (siglo III). Por todo ello, podemos afirmar que existe una continuidad en la ocupación y explotación de la mina por las civilizaciones pertenecientes a esta fase. En este caso, un estudio arqueológico de este yacimiento íbero podría mostrar una vinculación, a todas luces evidente, entre este poblado y la mina de cobre.

Fase romana

Con la llegada de Roma a la península ibérica aparecen las fuentes escritas y entramos de lleno en la historia. Además, se han encontrado restos materiales en el propio Cerro de la Fuente que atestiguan la ocupación romana de esta mina. Hasta el momento, se han registrado un conjunto de cazoletas que algunos autores atribuyen a esta época, otro conjunto de insculturas con alineamiento similar a las encontradas en el Cabezo Malnombre (prospección de la Asociación de Patrimonio Santomera, 2019) y restos de cerámica Terra Sigilata Hispánica en la zona de escombrera sur (documentado por María Manuela Ayala y la prospección de la Asociación Patrimonio Santomera).

Las fuentes escritas son indirectas e indican la existencia de lugares de extracción de minerales de cobre y de oro en la zona. El cronista valenciano Agustín Arques y Jover explica que Plinio llegó a los márgenes del Segura a cobrar rentas imperiales y que la denominación de Oriolet (Orihuela) tiene su origen en “el mucho oro que escondía esta sierra” (Cánovas, 2005). Los yacimientos cupríferos siempre tienen asociadas pequeñas cantidades de oro en forma de pequeñas pepitas, por lo que puede asociarse la Mina del Siscar a dichos trabajos extractivos que darían nombre a la sierra que la alberga.

Otro de los indicios que demuestran la presencia romana sería la localización en las inmediaciones de la Mina de la vía de Heraclio, calzada romana también denominada Augusta. En la vertiente sur de la Sierra de Orihuela se situaría este paso, según el cronista Arques y Jover, que se localizaría muy cerca del yacimiento minero. Si bien es cierto que en esta época los asentamientos romanos en altura son escasos, los restos materiales que mencionábamos anteriormente evidencian la explotación romana. La aparición de una estatuilla votiva en los alrededores de la mina, con vinculación al mundo de la mitología romana (en estudio), ofrece otra posible evidencia material de esta ocupación (prospección de Patrimonio Santomera, 2019). En todo caso, parece evidente que una sociedad como la romana, que buscaba la extracción y explotación de minerales, en concreto de cobre, no quisiera perder la ocasión de beneficiarse de ésta. Además, si tenemos en cuenta que la mina del Siscar presentaba una característica singular, la de poseer un filón muy cerca de la superficie que facilitaba su extracción, resulta evidente el interés de estos excepcionales ingenieros de minas (Plinio el Viejo en su obra ‘Historia natural’, siglo I a. C.).

Fase medieval

Con la llegada de visigodos y musulmanes a nuestro territorio se abre un periodo oscuro en cuanto a las evidencias de ocupación de la mina del Siscar. Pero ese tópico de involución y oscurantismo no se corresponde con lo que debió ser la realidad. Si bien es cierto que disponemos de pocas evidencias materiales, el análisis de la propia evolución de la mina nos lleva a deducir una presencia durante estos siglos (VI-XV).

En lo que a restos materiales se refiere, disponemos de vestigios cerámicos en el Cabezo Malnombre, como es la abundante cerámica en superficie, a los pies del cabezo, en su ladera norte. Está en estudio, a partir de la última prospección (Patrimonio Santomera, 2019), pero parece clara la posibilidad de un asentamiento humano de un tamaño considerable en esta zona, que pudo servir de nudo de comunicación entre la solana y la umbría de la Sierra de Orihuela en época medieval o bien como atalaya de control. La cercanía de la Mina del Siscar, su conocimiento desde épocas pasadas y su proceso, relativamente sencillo, de extracción en superficie, nos lleva a poder vincular de nuevo estos dos elementos (cabezos del Malnombre y la Mina).

Durante la Edad Media el cobre sigue siendo un mineral muy demandado por su resistencia a la corrosión, al igual que el bronce —cobre más estaño— y el latón —cobre más cinc—. Se utilizarán en la acuñación de monedas, la fabricación de campanas, puertas, cañones, estatuas, cascos, corazas, espadas, candiles, braseros o arcas y estuches. Así, el cobre será un mineral muy demandado durante esta extensa época.

Sin embargo, la evidencia más clara de esta continuidad en la explotación de nuestra mina será la que ofrecen las primeras fuentes directas en el siglo XVI (Botella, 1868). El archivero de Fernando VII, llamado González Simancas, dice que “en 1563 se registran en Santomera cuatro minas de cobre” y unos meses después se registran otras doce minas cupríferas, entre los términos de Murcia y Orihuela (Merino Álvarez, 1868, pág. 369) (figura 7). Habiéndose localizado en el siglo XVI más de una decena de minas en nuestra zona, no resulta descabellado inferir que la explotación de las mismas se iniciara con anterioridad, ya desde la Edad Media. El hecho de no haber encontrado aún evidencias materiales de la presencia de pueblos ubicados en este periodo, no elimina la posibilidad clara de un trabajo minero que muy probablemente no surgió de forma súbita, teniendo en cuenta el volumen alcanzado a mediados del siglo XVI y la necesidad de cobre de estas sociedades medievales. De nuevo, se trata de una afirmación que tendrá que ser demostrada con trabajos posteriores para no quedar en una mera hipótesis pendiente de contrastar.

Fase moderna

Como hemos comentado, el siglo XVI parece ser una época de esplendor en la actividad extractiva asociada a la mina cobriza del Siscar. Santomera tiene 16 minas en explotación en el Cabezo de la Fuente y alrededores durante esta segunda mitad del siglo, en tiempos de Carlos V y Felipe II (Merino Álvarez, 1915). Este número resulta importante si lo ponemos en su contexto, ya que el propio Abelardo Merino indica que en toda la Región de Murcia existían menos de 50 minas y 16 de ellas estaban en Santomera, estando la mayoría ubicadas en el Cabezo de la Fuente.

Este primer momento de esplendor minero en España culmina con la primera ley reguladora de minas, en época de Felipe II (1584), la cual debió afectar a las minas de Santomera. Si tenemos en cuenta el volumen de cobre que en el siglo XIX se extrajo de la Mina del Siscar, podemos deducir que durante los siglos XVII y XVIII, en el contexto minero de Murcia, este yacimiento fue de sobra conocido y explotado. Algunos autores (Francisco Cánovas, 2005) situaron el origen de Santomera, como núcleo de población de cierta entidad, a partir de esta primera ‘fiebre del cobre’. Todavía desvinculadas de las labores agrícolas, las gentes que poblaban el actual término municipal de Santomera estarían muy vinculados a este resurgir de la actividad minera. Pero precisamente por este crecimiento espectacular, no es nada desdeñable la posibilidad de que también apareciera cierto interés recaudador por parte de la administración, que con esta regulación legislativa pretendió normalizar. Las suposiciones de autores, como Francisco Cánovas, intuyen que la desaparición de registros y noticias sobre la mina del Siscar tienen que ver con la ocultación intencionada por parte de los trabajadores de dicho recurso, más que con el abandono de la misma. La evasión del pago de impuestos y tasas por una actividad que se concebía como un complemento de aquellas familias más humildes —esto se demuestra con el trabajo de mujeres y niños a bocamina—, ofrece la posibilidad de una explotación clandestina que escapara a las intenciones recaudadoras que había generado esta nueva legislación. Esto explicaría la escasez de noticias que tenemos sobre la Mina del Siscar durante los siglos XVII y XVIII, si bien es cierto que la demanda mundial de cobre inicia, en estos siglos, un declive paulatino que llegará hasta la segunda mitad del siglo XIX.

Fase contemporánea

Con la llegada del primer tercio del siglo XIX se produce una nueva época dorada del sector minero, con el cobre como uno de los minerales más demandados por la incipiente industria. Desde el inicio de este siglo se produce un ciclo expansivo con la industrialización de países como Gran Bretaña, Francia o Bélgica. La invención del generador y de la corriente eléctrica sitúa de nuevo al cobre entre los productos metalúrgicos con mayor demanda. La independencia de las colonias americanas (1824), la demanda creciente de mineral para la industria pesada y la liberalización de las explotaciones con la nueva ley minera de Fernando VII en 1825, vuelven a situar a las explotaciones mineras bajo el interés de nuevos capitales en busca de negocio. A nivel regional, el descubrimiento del filón de galena argentífera de Jaroso, de la Sierra Almagrera (Almería) en 1839, ofrece el perfecto ejemplo a seguir a la hora de iniciar trabajos mineros que posibiliten un desarrollo local, cuanto menos, espectacular.

Santomera disponía de un filón cuprífero que se conocía desde antiguo y una localización perfecta para un fácil transporte. Todo ello generaba la combinación ideal para iniciar una nueva ‘fiebre del oro’, vinculado a los numerosos yacimientos mineros de la Sierra de Orihuela. Trabajos recientes (Brandherm y cols., 2014) referencian más de cien lugares relacionados con actividades de extracción minera en la Sierra de Orihuela. Pero la Mina del Siscar no era una más, sino ‘la joya de la corona’, ya que disponía de cobre y, posiblemente, oro asociado. No era una circunstancia desconocida, como explica en 1868 el ingeniero de minas Federico Botella: «…Pero si la minería del cobre se mantuvo económicamente activa durante estos años fue por las labores que se realizaban en las 30 ha de concesiones del Cabezo de la Fuente, en Santomera» (pág. 126). En bibliografía más actualizada, autores como Bautista Vilar y Egea Bruno (1990) atribuyen a la Mina del Siscar «una gran actividad entre 1850 y 1855 con una producción de 10.000 quintales métricos» (pág. 108). También explican que en el levante español, en la Región de Murcia, existen pocas minas de cobre, que en unos meses se agotaban, excepto una, la situada en el Cabezo de la Fuente de Santomera. Otro ingeniero, en este caso francés, realiza un estudio pormenorizado de dicha mina en 1910 (P. Brun), otorgándole mucha importancia a que el único punto en que afloraría en superficie el cobre era en el propio Cabezo de la Fuente, citando la entrada principal con el nombre de Galería Real (figura 8). Incide este autor en que la Mina del Siscar destaca, precisamente, porque el mineral se encuentra en un alto porcentaje, que llega hasta el 50% en algunas zonas y porque el filón está prácticamente en superficie en el mismo cerro, con lo cual facilita su explotación. Otro autor que trató la exclusividad de esta mina será A. Tirado (1862), que confirma que «algunos años llegó a producirse 7.000 y 8.000 quintales de mineral con una media del 15% al 20% de cobre» (pág. 476).

Con el inicio del siglo XIX y al amparo de la nueva ley de minas de 1825, comienzan a explotarse las tradicionales minas ante la demanda exterior, y en este contexto la de El Siscar era de sobra conocida. La mina se trabajaba desde siempre de forma tradicional, o lo que es lo mismo, de forma muy precaria. Como explica el profesor Egea Bruno y recoge un informe de inspectores de minas redactado en 1857: «El laboreo de las minas de la sierra es y ha sido con solo alguna excepción una explotación codiciosa, un trabajo de rapiña, sin atender a la seguridad y duración de los trabajos. A las labores irregulares e inseguras hechas por los romanos se han venido a entrelazar y confundir los trabajos no menos irregulares e inseguros de los tiempos modernos. Reina un caos, una confusión que nadie sabe dónde está ni por donde marcha. No hay dirección ni plan en la explotación. Solo se atiende a extraer el mineral de donde lo hay sin cuidarse de dejar maccias para la seguridad y conservación de las labores…» (pág. 108). Esto mismo se podía aplicar a la Mina del Siscar, donde el ingeniero Botella Hornos (1868) explica que los trabajos en esta primera etapa del siglo XIX se hacían «con huecos con pilares del mismo material para evitar una fortificación costosa».

En este siglo, los primeros registros de la Mina del Siscar están datados en 1843, según el auxiliar facultativo Serafín de Torres y su manuscrito de 1858: «Con ocho concesiones mineras en el Cabezo de la Fuente y otra más en el cabezo Malnombre» (pág. 2). La mina tuvo un periodo de verdadero esplendor entre 1850 y 1858. Para hacernos una idea de la importancia que adquiere el conjunto de las minas del Cabezo de la Fuente, entre las que destacan ‘Generosa’”, ‘Gloriosa’ y ‘Beneficiencia’, destacamos que llegaron a trabajar unas 500 personas, entre las que se encontraban barrenadores —ganan 5,5 reales diarios—, picadores —ganan 5 reales diarios—, zafreros —transportan escombros y ganan 4 reales diarios—, mujeres para la limpieza de mineral —2,50 a 3,50 reales diarios— y gavias de muchachos —2,50 reales diarios—. Este mismo autor nos indica que llegan a contar con un ferrocarril interior para extraer el mineral, que era vendido a bocamina para ser exportado directamente a Inglaterra.

La importancia de la mina no pasó desapercibida para las entidades políticas de la época, llegando a causar un litigio entre Orihuela y Murcia por establecer el límite entre provincias. Tal relevancia adquiere esta explotación minera, que la posibilidad de incluirla dentro de un territorio u otro provocó que se llegara a los tribunales para resituar los límites entre provincias. El litigio se resolvió finalmente a favor de Murcia (Cánovas, 2011).

La Mina del Siscar seguirá explotándose en la segunda mitad del siglo XIX al amparo de la nueva ley de Bases de 1869, que liberalizaba el sector y ofrecía a las grandes compañías extranjeras (británicas, francesas y belgas) la posibilidad de hacerse con el subsuelo español. Así, en el año 1875 aparece registrada una mina en el Cabezo de la Fuente denominada ‘El Jazmín’, explotada por una sociedad donde se incluyen empresarios franceses y otros de la zona (Cánovas, 2011) (figura 9).

En este momento surge otro de los pasajes que vinculan esta Mina del Siscar a un periodo legendario de nuestra historia regional, que si bien forma parte de una leyenda popular, posee ciertos resortes de veracidad. Me estoy refiriendo a la creencia local (Cánovas, 2011) que vincula la mina con Antonete Gálvez y el movimiento cantonal durante la Primera República española (1873). El secretario del líder cantonal murciano era un célebre maestro de Santomera, José Puig Valera —padre del historiador Puig Campillo—, que habría aconsejado a Antonete Gálvez sobre las posibilidades de esta mina cobriza, convenciéndole para que adquiriera acciones de la misma. Para financiar su proyecto cantonal se valió de la venta de dichas acciones, pudiendo, de esta manera, activar el cantón de Murcia. Resulta atractiva la idea, a la vez que romántica, que la Mina del Siscar estuviera detrás del acontecimiento más trascendente de nuestra Región en el siglo XIX. En 1917 la calle mayor de Santomera pasó a denominarse calle Maestro Puig Valera, hecho que pone de relieve el reconocimiento personal de todo un pueblo a su maestro. Pero la figura de Puig Valera va más allá del ámbito local, como atestigua una de las pocas fotografías en las que aparecen estos dos personajes (figura 10), con lo que esta leyenda popular podría ser más que una simple conjetura.

A finales del siglo XIX y principios del XX, la demanda de cobre a nivel europeo estaba agotada y prácticamente se abandonó por completo en 1918, tras el final de la Gran Guerra. Pero de nuevo situamos a la Mina del Siscar en una situación de excepcionalidad, ya que en 1910 aparece un estudio profundo titulado ‘Estudio Geológico de la zona cuprífera de Santomera en la Provincia de Murcia’, por parte del ingeniero de minas francés M. L. Brun, que demuestra el interés que sigue ejerciendo esta explotación. La necesidad de dicho estudio es una evidencia clara de la continuidad que sigue dándose en los trabajos de nuestra mina, en un momento marcado en el resto de explotaciones por el declive y el abandono.

Pasado el conflicto civil y al poco tiempo de iniciada la dictadura franquista, de nuevo será la Mina del Siscar la única de la zona que volverá a activarse, con la llegada de los planes de autarquía, en los años cuarenta. Según el catastro minero del IGME (Instituto Geológico Minero Español) aparece una concesión en 1947 a Tomás Cervantes Arques para explotar cobre en la mina denominada ‘Santo Tomás’. No parece tener mucho éxito este empresario, ya que el volumen de la explotación no ocupó a un número considerable de trabajadores.

Pero no terminará aquí la explotación de esta mina, ya que en los años cincuenta y sesenta será reutilizada como cantera para extraer metabasitas —que anteriormente se habían utilizado para obtener mazas con las que triturar el mineral a bocamina—, la piedra triturada con la que se asfaltaban las carreteras en estos años (figura 11).

Finalmente, la última alusión a la Mina del Siscar apareció en prensa regional (‘La Opinión de Murcia’) que recogía, en 1997, la siguiente notica: «Una empresa canadiense busca oro en Santomera». Si bien es cierto que esta noticia no tuvo repercusión real sobre la mina, dejaba claro que el interés sobrepasaba el interés local, regional o nacional y llegaba hasta el ámbito internacional. Muchos habitantes del municipio de Santomera conocíamos en ese momento, con una expresión de incredulidad, la sorprendente noticia. Pocos supieron ver la importancia de la misma, detrás de los múltiples comentarios jocosos que esta noticia dejaba tras de sí. Resulta, cuanto menos llamativo, que vinieran del otro lado del Atlántico a redescubrirnos una mina que había sido explotada desde siempre.f

Conclusiones

Después de este breve recorrido por las distintas fases de ocupación de la Mina del Siscar, podemos afirmar, sin riesgo a equivocarnos, que nos encontramos ante uno de los elementos patrimoniales más importantes del municipio de Santomera —que tiene presencia desde la prehistoria hasta la etapa contemporánea—. Lejos de poder despejar las dudas sobre el origen del asentamiento de los primeros pobladores de Santomera, estamos convencidos de que este elemento y los trabajos asociados a su explotación minera están, de alguna manera, en el inicio.

A partir de aquí, son muchas las preguntas que nos abordan y que todavía deberán ser despejadas en estudios posteriores. Así, se hace necesario un estudio arqueológico de la zona (Cerro de la Mina), que empezando por las evidencias claras del valiosísimo poblado argárico hasta la explotación minera del XIX, nos ayude a despejar las muchas suposiciones que se han vertido. Esta demanda no ha sido ajena a la propia administración, ya que la resolución de 30 de enero de 2012 de la Dirección General de Bienes Culturales, lo declaraba bien catalogado por su relevancia cultural. Esta catalogación lo protege y, a su vez, lo destaca como lugar merecedor de estudios profesionales. Debemos tener en cuenta que las evidencias escritas han sido la mayoría de las que hemos utilizado para confeccionar este trabajo, pero nos faltan las fuentes arqueológicas.

Así, son muchas las incógnitas por resolver: ¿cómo una mina que llegó a ocupar a más de 500 personas no ha quedado en el recuerdo colectivo?; ¿por qué la gente del municipio de Santomera apenas tiene constancia de esta actividad?; ¿dónde se encuentra la historia minera de un pueblo que no se reconoce en ella?… Pero todas estas preguntas también esconden alguna ventaja, como es que el abandono de la Mina del Siscar ha provocado un desconocimiento que la ha protegido a lo largo del tiempo. Si bien es cierto que el anuncio de la existencia de un poblado argárico, en los años noventa, posibilitó un ominoso saqueo de toda la ladera sur, también lo es que la actividad minera del XIX y XX sepultó bajo las escombreras gran parte de las laderas, ocultando lo que en un futuro puede generar una posibilidad real de conocer la respuesta a estas preguntas y otras muchas. La necesidad de un estudio sistemático de todo el complejo de la Mina del Siscar debe finalizar con su puesta en valor, que traerá consigo el conocimiento de una parte muy importante de nuestra historia.

Víctor Reche Mulero y María Reche Mulero, historiadores

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